Las huevonas amas de casa 

Hoy leo una nota que no me atrevo a compartir para evitar la difusión de estupideces, pero decía que los hijos de madres trabajadoras son más exitosos que los de las madres que se dedican a la casa
Me pregunto desde la bomba que reventó en mi cabeza, si ya que con «madres trabajadoras» se refiere a las que se emplean remuneradamente, ¿las madres que se ocupan del hogar y de los niños son una bola de huevonas?
Conozco muchas madres que se quedan en casa y trabajan tanto o más que las que tienen un trabajo remunerado, y justo eso: lo hacen sin paga, generalmente, porque la mayoría de las veces además de administrar el hogar, mantener la casa perfecta, ser maestras, intendentes, nutriólogas, psicólogas, choferes, jardineras y demás profesiones y oficios, realizan labores que suman a la economía del hogar.
Artículos como ese hacen sentir muy bien a las que por necesidad o elección deciden buscar empleo fuera de casa, pero destruyen la autoestima de todas aquellas que deciden trabajar en la casa y en la educación de los hijos. 
No haré de este texto una comparación o un juicio sobre qué tipo de trabajo es más valioso o importante, solo pongo un manazo en la mesa para decir:
¡Las amas de casa son grandes trabajadoras! 
¡Basta de mujeres destruyendo mujeres!

Surrealismo Chiapaneco

Por cuestiones de trabajo he tenido la fortuna de viajar muchas veces al estado de la República que más me gusta: Chiapas. 

Después de descubrir e impresionarme con sus vestigios prehispánicos, su naturaleza, paisajes, artesanía y cultura, he tenido el tiempo de conocer a más de su gente, pobres y ricos, gobernantes, trabajadores y gente de la calle. 

No creo que exista estudio que alcance a plasmar las inmensas diferencias entre unos y otros, todas resumidas en oportunidades. Gente de ciudad con las oportunidades comunes en las ciudades, «educación», «cultura», «empleo», gente incluso con un aspecto físico distinto al rural. Gente más blanca, más alta, maquillada o «bien» vestida, con uniformes de ciudad, traje, camisas, polos, vestidos que salen en revistas, desde la hola hasta el tvnotas. Y del otro lado, gente morena y pequeña, pero fuerte y resistente, vestidos tradicionalmente o disfrazados para encajar en el ejército de iguales, casi siempre cargada de hijos, trabajando, vendiendo o pidiendo en la calle, sin oportunidad para ir a la escuela, para acceder a la «cultura», sin oportunidades de empleo… Personas que hablan dialectos, que difícilmente hablan en español y a veces ya tampoco hablan su lengua. Gente que no se puede comunicar, que vive solo el hoy, el aquí y el ahora. Gente pobre, a decir de los urbanos. 

Tantas religiones como restaurantes, una para cada gusto, la mayoría (a mi parecer) fortalecidas por la ignorancia de todos aquellos que buscan las respuestas que sus ancestros tenían y que la colonia les vino a sustituir por otras y aprovechadas por personas o empresas que viven de vender bienes raíces en el cielo. 

Y no sabría decir cual de los 2 es más feliz o infeliz, el urbano que carece de raíces o el rural que se ve forzado a dejarlas. Un estado inmensamente rico, cuyos habitantes van dejando de pertenecer a su tierra para irse sumando a este México de mentiritas. 
Ojalá que este estado de maravillas retorne a sus raíces y se aferre a ellas, que se reconquiste y nos conquiste a todos como me ha conquistado a mí. 

Si no lo conoces, te invito a darte una vuelta, es el paraíso. 

La culpa del padre

 

Después de un berrinche monumental, me pregunto si la culpa es inherente a la paternidad. Si el hijo llora: culpa, si es maleducado: culpa, si no duerme: culpa, si hace o no hace: culpa. 

Lo que más quisiera uno en el mundo es ver a los hijos felices y saber que lo seguirán siendo, y si eso no pasa por momentos, es cuando llega la culpa. Para facilitarles el camino a la felicidad uno debe enseñarles reglas de comportamiento y civilidad, valores como respeto, honestidad y quizá todo resumido en «no hagas lo que no te gustaría que te hicieran y haz siempre lo que consideres correcto», confianza en sí mismos, respetar y fomentar su libertad, su individualidad, entre muchas otras cosas. 
Para enseñarles esto uno debe ponerles limites, pero ¿cómo elegirlos?, ¿cómo educar correctamente?, ¿cómo no ser autoritarios ni permisivos?, ¿cómo darles las herramientas para ser felices cuando en la mayoría de los casos no lo somos nosotros mismos?, ¿cómo esperar hijos libres si ni siquiera somos conscientes del significado de ese concepto? 
Y al no tener respuestas la culpa es la primera en venir, acompañada siempre por la incertidumbre de estar experimentando con nuestros hijos sin poder ver los resultados hasta dentro de muchos años. Y «educamos» cargados de cosas que leemos y escuchamos, de juicios y prejuicios, de expectativas y traumas propios. Nuestro experimento tendrá que caminar solo un día y entonces se pondrán a prueba nuestras teorías. 
Creo que la única manera de disminuir la reacción de culpa, es actuando (no reaccionando) con responsabilidad, y creo que esto se logra leyendo, platicando, pensando y cuestionando, vale la pena por los hijos y por sentir menos culpa. 
El primer enemigo son los dogmas, las recetas para todos. Cada persona es diferente, los factores que la rodean y afectan serán únicos y afectarán de manera única e impredecible a nuestras crías. No podemos más que tener los sentidos muy alerta para saber cuando debemos entrar a orientar, cuando debemos dejar que sufra e incluso cuando debemos provocar ese sufrimiento controlado para evitar peligros incontrolables después. 
Al final, creo que el secreto de todo está en trabajar en nosotros mismos, en conocernos, desaprenderlo todo, quedar desnudos de creencias y ponernos de nuevo solo aquello que después de cuestionar y analizar consideremos que hay que ponerse de nuevo. Debemos empezar por tratar de ser aquellos que queremos ser, ser esos adultos que como niños hubiéramos querido ser, permanecer admirables para nosotros mismos. 
Cuando alcancemos eso, mostrar el camino será más sencillo que si solo tratamos de forzar teorías. 
Como decía Gandhi: «Sé tú mismo el cambio que deseas ver en el mundo». Se me ocurre una variante: 

«Sé tú mismo tan feliz como quieres ver a tus hijos»

Lo poco que tengo es tan poco que me hace feliz.

Como escribí en mi entrada anterior, la vida me trajo una canción de Arjona, el odiado por todos, el paria de la música y la poesía… La canción se llama «lo poco que tengo», aquí se las pongo.

En esta canción encontré un himno a la vida, al desapego y a la verdadera riqueza, una representación de la vida soñada que de no pensar que tengo que servir para dejar el mundo mejor de lo que lo encuentro, quisiera tener.

Hace 17 años comencé una aventura al iniciar una empresa, aprendiendo a golpes, a sangre y lágrimas, literal. Construyendo un futuro, creciendo, más espacio, más gente, más logros, satisfacciones, fracasos y aprendizaje. Una montaña rusa que aunque no he dominado, me ha hecho crecer y me ha regalado mucho aprendizaje sobre valores, cosas importantes en la vida, negocios, relaciones, manejo de recursos y agradecimiento infinito.

Hace como 15 años las casualidades me encontraron con Domitila, mi perrita, rescatada de un refugio, maltratada, pequeñita, miedosa, estrábica, con las patas chuecas, prógnata y con pelos necios. Encontró en mí la necesidad de proteger y defender, yo encontré en ella la necesidad de protección y seguridad. Nos complementamos y aprendí por primera vez que el amor no tiene fin, que no tiene que ver con recibir, que el amor es dar, ver feliz al otro. Recobré la esperanza en que el amor existía.

Hace 9 años me casé con una gran mujer, una sociedad que buscaba por ganancia la felicidad, toda otra empresa, que ha transcurrido sin golpes ni sangre, pero sí con lágrimas, muchas menos que las sonrisas, mucho aprendizaje, sobre ella, pero principalmente sobre mí, sobre el compromiso, sobre mis carencias y las ajenas, sobre nacimientos y cicatrices. Después de muchos años comprendí que para amar a otro no hay otro camino que conocerse uno mismo y amarse primero, para querer ser feliz en pareja uno debe ser feliz en soledad, de otro modo la relación puede ser de dependencia, compañerismo o muchas otras cosas. Creo que el amor está en quien lo siente, así como la belleza está en el ojo del que la mira, que no depende de la presencia ni de las coincidencias, incluso creo ahora que va mucho más allá de ser pareja. Encontré una mujer grande a quien no puedo sino agradecerle toda la vida.

Hace poco más de 3 años llegó a mi vida el tesoro más valioso del mundo, la responsabilidad más grande, la ilusión inagotable, el amor infinito: mi hijo. Un reto, un desaprenderlo todo para contaminarlo lo menos posible, un estudiarlo todos los días para tratar de guiarlo, de estar tras de él por si en el camino necesitara ayuda para encontrar respuestas, que solo podré contestar con más preguntas hasta que él solito las resuelva y sea el mismo, tratando de mostrarle el valor del presente, del respeto, de amar y de servir, esperando que los practique y me recuerde hacerlo siempre.

Y por último, a menos de un año de haber recibido a mi cachorro, conocí el activismo profesional, voluntario pero no por ello menos dedicado. En él he conocido un mundo diferente, de compromiso, de fraternidad, de firmeza, de cuestionamientos, de soledad, de compañía, de riesgos, de satisfacciones y tolerancia. Soy guía y seguidor, maestro y alumno, y he tenido la suerte de, con el apoyo de literalmente miles de personas, cambiar la realidad de seres que no saben lo que hacemos, que no lo agradecerán, que no se dan cuenta, pero que disfrutarán de esos resultados, que cada vez serán más respetados. Falta tanto por hacer por este y otros temas que se me llena la cabeza de ideas, de propuestas, de ganas y de sueños.

Y así, después y en medio de estas experiencias, hoy podría parecer que estoy en lo más bajo de la montaña rusa, viviendo solo, reestructurando los negocios desde cero, reformulando mi activismo, con pocos enemigos pero con mucho odio hacia mí (no son enemigos, son fans confundidos), perdiéndome el crecimiento de mi hijo y lejos de la vida que la mayoría cree deseable.

Y hoy soy el hombre más rico del mundo, porque no tengo nada y lo tengo todo, no necesito muchas cosas materiales, solo ropa para vestirme, comida y techo, lo demás es prescindible. Pero por lo que soy rico es por la salud de todos mis seres queridos y de mi hijo, que tiene la suerte de ser guiado y protegido por una mujer que trabaja (porque sí, las madres de tiempo completo trabajan y muchísimo) en el proyecto más importante del mundo, su hijo. Tengo hermosos padres, hermanos y amigos, muchos más de los que pueden contar mis manos, tengo un equipo de héroes que también quieren cambiar el mundo, soñadores como yo, que me comparten de su juventud y sabiduría. Tengo un sol que me ilumina todos los días, aunque haya nubes, que brilla para mí. Tengo todas las oportunidades del mundo y mientras más pasan los años, más desaparecen los miedos, a perder, a estar solo, a cambiar, a ser libre e incluso a morir.

Amo mi vida, mi única vida, como único es todo lo que me ha pasado y me sigue pasando.

Como dice Arjona: «lo poco que tengo es tan poco que hay pa regalar»

El insoportable de Arjona

La vida me acercó a una canción de Arjona, el insoportable de Arjona. En la próxima entrada hablaré sobre la canción en sí y se las compartiré para que sepan por qué lo traje a cocinar, por ahora me concentraré en Arjona, Ricardo para los cuates.

Después de escuchar la canción, pensaba que el tipo es odiado por muchos, es quizá el cantante más odiado en mi país. Ricardo ciertamente abusa de las metáforas y analogías, algunas canciones se parecen entre ellas y algún poeta o literato estudiado podría decir que es poesía barata.


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Componer algo así parece sencillo: tu partida me deja como galleta sin chocochips, mi soledad es tan grande como el vacío en el centro de una dona, o, el problema no es bañarme, el problema es que no hay agua, solo por mencionar unos ejemplos.

Y en esas ganas de incendiarlo en una hoguera para gente sin talento me pregunto si Paulina Rubio tiene mejores canciones, si las tiene Lady Gaga o Luis Miguel, y ¿qué hace que Arjona sea odiado y los otros no?

Mi teoría (sabiendo que hay «artistas» que interpretan o componen música con menos contenido o calidad y no son aporreados) es que simplemente a alguien «se le ocurrió» joderlo, y el resto, como suele suceder, lo imitaron, tal cual los monos que siguen al primer mono que comienza a aullar desde la copa de su árbol cuando siente peligro.

Parece que la gente tiene sed de destruir, de sangre, y ni siquiera la de los malos o charlatanes, sino la del que los otros están acribillando. En el caso de Arjona, los agresores quedan como conocedores de música y literatura, por hablar de la falsa poesía y el escaso talento del guatemalteco. Y sí tiene canciones malas, paja (como desgraciadamente casi todos), pero el tipo también tiene buenas canciones, propone cosas, desarrolló su estilo y hace lo que le gusta.

Y así ese público frustrado quema en la hoguera a los que puede, como en el medievo, especialmente atractivo si los nobles son los quemados, como una especie de sanación desde la propia frustración hacia los que sobresalen.

am7jdq Así también hemos linchado a Lucero, al payaso Platanito, a Peña Nieto y a tanta gente por incongruentes, insensibles, ignorantes, por fallar un penalty y lo que se nos ocurra, y con las mismas manos y boca que los linchamos nos atrevemos a señalar el bullying, a condenarlo y mirarlo con desdén. Porque decirle imbécil a Arjona es divertido, cuando pocos de aquí lo haríamos mejor, o incongruente a Lucero, cuando ni siquiera somos conscientes de nuestra propia incongruencia, y así la lista es interminable, pero ¡claro!, esto es diferente, es un juego, es divertido.

Pero no es un juego, ni es diferente que gritarle ¡Cerda! a la gordita del salón, o ¡Puta! a la que alguien decidió difamar. ¿Qué pasaría si Arjona se suicida? Ni siquiera sentiríamos tristeza, sería más morbo para todos, como las ejecuciones públicas del oscurantismo, como el niño homosexual que se suicida porque todos le gritaban ¡puto! en un acto por demás divertido.

el-problema-de-arjonaMe parece que a veces odiamos en nosotros lo que vemos en ellos, la incongruencia, la insensibilidad, la ignorancia y quizá la incapacidad de lograr lo que ellos han logrado, tal vez un logro tan simple como atreverse a ser ellos mismos e intentar. Nos da miedo ser diferentes a los demás y no seguir al mono que aulló primero, no gritarle a la gorda o al puto, o que al defenderlos nos comiencen a gritar también.

El bullying no es divertido y está en todos lados, las redes sociales se han convertido en un caldo de cultivo para ese mal, un juego que destruye autoestimas, deforma futuros y mata gente.

Hoy es parte de nuestra cultura y debemos erradicarlo, comenzando por nosotros. No es que deba gustarnos Arjona, que coincidamos con Lucero, que nos parezca gracioso el Platanito o que apoyemos a Peña Nieto, pero nosotros tampoco le gustamos a alguien y no merecemos ser linchados por ello.

Opiniones y cuestionamientos siempre, divergencia también, pero siempre con respeto.

El problema no es lo que hace,

El problema es que lo agredas.

Salir del huevo y volar.

Salir del huevo y volar

Todos comenzamos dentro de un huevo, un cascarón firme y protector al exterior y una vida dentro. Por naturaleza queremos salir, estamos apretados, casi no cabemos y apenas podemos movernos. No somos el huevo, somos lo que está dentro.

A veces podemos llevar tanto tiempo en el huevo que estamos entumidos, podemos hasta haber adoptado ya la forma y mantenerla aún fuera del cascarón. No todos salimos, ni todos los que salimos extendemos las alas, ni todos los que extendemos las alas saltamos al vacío, ni todos los que saltamos logramos sobrevivir al salto y volar…

Hay quien sale del cascarón y luego quiere regresar, pero una vez roto, el cascarón no puede volver a unirse.

La libertad cuesta y es un riesgo, debe tenerse el valor de extender las alas aunque duela. Es romper ese cascarón, crecer un poquito, ver el mundo y aventarse al vacío, algunos con fe en un ser supremo, otros con fe en sí mismos. Nadie se puede aventar con uno, nadie puede volar por uno, estaremos solos en eso, deberemos confiar en que nuestras alas son capaces de soportarnos y llevarnos a donde queramos, quizá sepamos dónde es eso, quizá no. Y si no nos matamos en la caída, de repente estaremos volando, quizá con algunos golpes, raspones y experiencias duras, pero vivos, y la experiencia del salto al vacío y de volar nadie nos la quita, para eso tenemos las alas.

Durante el vuelo veremos miles de huevos debajo, miles de voladores fuera del cascarón pero con forma de huevo, miles que abren las alas pero no se atreven a dar el salto, miles gritando que bajemos, que tengamos cuidado, que volar es arriesgado. En el aire podemos encontrarnos más voladores, podemos seguirlos, acompañarlos o seguir nuestro propio camino, en el aire siempre tenemos elección.

Si los demás nos critican o se asustan, es solo por miedo, la mayoría está el nido donde nacieron y donde morirán, no conocen ni conocerán otra cosa.

Si aun sigues en el nido, extiende tus alas, confía en ti y lánzate al vacío, aún una caída y unos segundos de vivir en libertad son mejores que toda una vida en el huevo. El cascarón es para romperlo, las alas para volar y el mundo para disfrutarlo.

Te espero en el aire.